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viernes, 26 de octubre de 2012

Geburah quinto sephirath....2.....

Si observamos los fenómenos de la vida, comprobamos que el ritmo y no la inmovilidad es lo que caracteriza al principio vital. La estabilidad que muestra la existencia manifestada, es como la de un corredor en su bicicleta, en equilibrio entre dos posibles caídas; puede caer a derecha o a izquierda, pero por su habilidad la caída no se produce.   En la vida de los individuos, en el desarrollo de una transacción, en la actitud de todo grupo mental disciplinado y bien organizado, vemos producirse las influencias alternadas de Gueburah y de Guedulah, de un lado al otro, con un balanceo rítmico. Todos los que tengan la responsabilidad de conducir una agrupación organizada saben que es necesario tirar o aflojar las riendas sin cesar, estimular y estabilizar. Hay un sentido de la libertad necesaria para la sinceridad prudente, y un sentido para la represión que exige un ardor ciego. Si la represión no es ejercida con firmeza, la disolución o la revuelta amenazan al grupo. El prudente conoce el momento donde la reacción tendrá lugar, cuando llega el instante de hacer restallar el látigo de Gueburah sobre la cuadriga para que haya nuevamente un esfuerzo; sabe también que el látigo no debe ser empuñado muy a menudo cuando la cuadriga debe tomar un resuello, o cuando una de sus unidades menos segura tiene trabada una pata en los arneses.   En la vida pública, especialmente, nos podemos dar cuenta de los ritmos alternativos de Gueburah y Guedulah. Nos arriesgamos a profetizar que la nación inglesa está en camino de surgir de un aspecto jupiteriano para abordar uno marciano. En todas partes vemos que la misericordia, convertida en excesiva como consecuencia de las imperfecciones de la naturaleza humana, da paso a un rigor que hará respetar nuevamente una justicia bien organizada e impedirá que el mal crezca. La labor de la policía será más estricta, los jueces más severos, y en la reforma penal se producirá un compás de espera; ya no son los humanitarios quienes tendrán la última palabra. El alma grupal de la raza entra en una fase de Gueburah y le falta paciencia con respecto a sus unidades en retardo.   En este ciclo prevalecerá la tendencia a descartar decididamente al incapaz y concentrarse sobre el esfuerzo de conducir a su desarrollo más elevado lo que valga la pena. Gueburah será la cabeza de esta empresa, y toda atenuación de rigor que proponga Guedulah deberá pasar por un severo examen. Esta reforma era necesaria, pues al fin de un período es cuando tienden a prevalecer los excesos; el humanitarismo de Guedulah llevado a extremos es, a final de cuentas, ridículo; su refinamiento se ha convertido en pura debilidad y ha perdido el sentido de las realidades.   Cuando una nueva fase se eleva desde el seno del espíritu del alma grupal, es sobre sus partes menos iluminadas, sobre las masas, que se hace visible su influencia; la gente culta siente horror de los extremos; vemos que esto aparece en la conducta de algunos periodistas. Los periódicos populares piden a voz en cuello el uso del knut, lo mismo que denunciar las deudas y pactos internacionales; en resumen, piden servirse libremente del sable de Gueburah. En todas partes crece la tendencia a no sufrir más la estupidez, tendencia que obstaculiza la misión de los negociadores, pues Gueburah no comprende de negociar; y en toda discusión, su principal argumento es el gesto del príncipe griego que corta el nudo con su espada.   Conociendo la interacción de las fases, el iniciado no se afecta por ninguna, y se guarda de imaginar que una de ellas es el fin del mundo y que la otra es el milenio. Sabe que todas seguirán sus cursos, comenzando por una reacción necesaria contra la que les ha precedido, y concluyendo, a su turno, en el exceso; con tal que los iluminados de una raza sean suficientemente clarividentes, esta raza no perecerá; porque el solo hecho que se produzcan excesos, implica el fin de una curva, después de la cual, normalmente, el péndulo cambiará de nuevo y volverá a su equilibrio. Sólo cuando la clarividencia ha sido completamente abolida de un pueblo, el péndulo en la vida se desequilibra y lo conduce al suicidio. Este fue el caso de Roma, de Cartago y, últimamente, el caso de Rusia. Pero, aun cuando una organización social es destruída y el péndulo se agita al azar, el principio del ritmo inherente a toda existencia manifestada se restablece de inmediato cuando después del naufragio una nueva organización comienza a nacer.   La gran debilidad del cristianismo consiste en que ignora el ritmo. Opone Dios y el Diablo, en vez de unir Vishnú a Siva. Su dualismo es antagónico en vez de ser equilibrado y, de consiguiente, jamás puede surgir el tercer término funcional por medio del cual se equilibra el poder. Su Dios es por siempre jamás el mismo, ayer, hoy y mañana; no evoluciona parejo con su creación, sino se libra a un solo acto creador después del cual duerme sobre sus laureles. La total experiencia del hombre, su total conocimiento, es contrario a la verdad de una concepción semejante.   El concepto cristiano, siendo estático y no dinámico, no puede ver que porque una cosa parezca buena, su contraria no debe ser necesariamente mala. No tiene sentido de las proporciones, porque ignora esencialmente el principio del equilibrio en el espacio, como del ritmo en el tiempo. Por tanto, a los ojos del ideal cristiano, sucede a menudo que la parte es más importante que el todo. La dulzura, la piedad, la pureza y el amor constituyen el ideal cristiano y, como Nietzsche lo ha hecho notar, son virtudes del esclavo. En nuestro ideal deberíamos hacer lugar para las virtudes de los jefes, del guerrero: el coraje, la energía, la integridad, la justicia. El cristianismo no tiene nada que decirnos con respecto a estas virtudes dinámicas.

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